lunes, 22 de junio de 2009

La pequeña niña judía.

Nos dice el Señor que los Hijos de las Tinieblas son más astutos que los Hijos de la Luz. Lo que jamás habría escrito Dios es que el diablo fuese más astuto que Él. La Sagrada Escritura, la Historia de la Salvación narrada en un libro, es un pozo de misterios sin fondo.

La Escritura no es una manual de instrucciones, ni un tratado de teología, menos aún un catecismo. Es una soberbia colección de libros diversos, desde apuntes históricos a la más romántica y pasional de la poesía cantada. La propia escritura nos deja ver con claridad que su Autor ha querido dejar misterios a la vista. Que sea vea que hay misterio, no que se entiendan los mismos siempre. Unos se desvelaron al cabo de los siglos y otros permanecen ahí, provocando nuestra inteligencia y curiosidad. Así nos tiene nuestro buen Dios pensando a menudo en sus cosas. Es un Dios celoso, muy muy celoso, y utiliza cualquier estratagema femenina para calmar esos sus celos.

El primer gran misterio que nos encontramos es el Protoevangelio. Es Adán quien comienza a echar balones fuera nada más interrogarle Dios al respecto de haber comido del árbol prohibido: “¿La culpa Señor?, bueno , verás, la mujer que me diste…”. Y no se quedará atrás Eva: “¿La culpa Señor?, pobre de mí buena chica inocente, la astuta serpiente me engañó…”. Viejos conocidos de juventud, no necesitó Dios interrogar a la serpiente, antes de los castigos humanos, comenzó por ella:


“Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias….. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” (Genesis 3, 14-15)

No soy investigador, pero uno puede comprobar en la red lo difícil –yo no lo conseguí- que es encontrar un comentario rabínico antiguo sobre estos exactos versos. Nuestros hermanos mayores en la fe, sus rabinos y sabios, eran capaces de escribir un tomo completo comentando un solo versículo. Con esa profundidad y dedicación nos han enseñado a observar y meditar en la Palabra de Dios. Pues de esos versos que anuncian el Evangelio en penumbras, el fruto de María que vencerá a las tentaciones y a la muerte, yo no he visto nada aún. Lo que he visto es que esos versos se los saltaban, sin más. No sabían qué decir al respecto.

Es otro síntoma de lo evidente. La condenación a la serpiente permanecen el misterio por decisión divina. Sólo miles de años más tarde los sabios santos cristianos supieron ver lo evidente: el castigo a Satanás tiene como protagonista a una mujer, un ser inferior a los ángeles en la escala de la Creación. Aquí es necesario hacer un inciso. La Vulgata traduce esos versos de tal manera que es “la mujer” la que pisa la cabeza a la serpiente, de ahí que veamos tantas imágenes religiosas con ese tema. Desde hace no mucho se impuso que eso era un error y es la simiente, Cristo, quien pisa la cabeza de la serpiente. Pero recientes descubrimientos arqueológicos han vuelto a dar sustento, según algunos, a la tradicional versión de María aplastadora de Satanás. Asuntos lingüísticos complejos.

El gran pecado del ángel rebelde fue el orgullo. Y todos conocemos esa máxima evangélica que nos recuerda que en el pecado llevamos la penitencia. Si recordamos que el hombre es un ser inferior a los angélicos en la jerarquía celestial (presidentes del gobierno incluidos), cobra mucho sentido ese protagonismo de una mujer venciendo al antaño glorioso Satanás. Uf, eso tiene que doler. ¿Dios castiga a sus criaturas o sus criaturas se castigan a sí mismas por las consecuencias de su propio pecado?, lo uno y lo otro y ambos al mismo tiempo. Si somos honestos, no nos sorprende que Jesús hombre venciese las tentaciones, ni que resucitase, lo que nos sorprende es su amor en la Cruz, no el que derrote a al Mal o tenga poder para expulsar demonios. Que Dios aplaste a la serpiente… ¿Qué “mérito” tiene?, ¿Qué sorprende?¿Por qué no lo hizo Dios en aquel mismo momento de la rebelión?. Porque no tenía sentido, ya el primer castigo al ángel rebelde casi fue propia elección suya: alejarse de Dios. Pero el justo castigo estaba aún desplegándose en el lento transcurrir de la Historia de la humanidad.

Su gran castigo, el dolor que le conviene a Satanás es el generado por su propio pecado. Qué mala la sopa, toma taza y media. En un rincón perdido de una tierra semi-desierta y ocupada por un gran Imperio, nacida de un pueblo humillado y odiado de sus vecinos, marcado a vicisitudes durante siglos, nacería ella, no “una mujer”, sino la Mujer. Una criatura inferior al ángel, una pequeña niña judía sería la encargada de hacerle penar convenientemente por su pecado… de orgullo. No, no tiene esa pequeña niña judía que hacer nada con él, no necesita verle ni atormentarle ni actuar en ningún sentido. Menos aún pisarle ninguna cabeza . Myriam, sin ella quizás siquiera desearlo, tortura al ángel sin hacer nada, sólo con ser lo que es.

La pequeña y humilde niña judía. Esa es la tortura conveniente al pecado de orgullo del que fuese el más deslumbrante de todos los ángeles creados. Sin que nadie comprendiese qué eran esos versos de condena, ahí quedaron escritos entre penumbras hace muchos miles de años.

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“enemistad entre ti y la mujer...”

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Y a ti, mujer, nosotros, la generación de Juan Pablo II, te devolveremos España, tu tierra de adopción. A ti por ser lo que eres. A ti Madre de Dios, Reina del Cielo y de todos los Ángeles. A ti, pequeña niña judía Madre mía y Madre nuestra.

viernes, 12 de junio de 2009

‘ Aliados Semos…`


Existe un concepto clave en toda la relación de Dios con el hombre desde los tiempos de Abraham. Este concepto es el de Alianza. Si no se comprende qué es una Alianza en términos bíblicos, no se puede comprender nada de la Sagrada Escritura. Pues ésta es sobre todo la Historia de esta Alianza, pasada y futura, de Dios con su Pueblo.
Descubrí la importancia de este concepto leyendo al teólogo converso Scott Hann en uno de sus tan recomendables libros apologéticos. Una Alianza trasciende un simple contrato de bienes y servicios, tan conocido para nosotros mortales arrendatarios y asalariados.
Veamos la gran Alianza de la que descendemos. De aquí “venimos”, de aquel día en que Dios habló a Abraham de esta manera:
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"Entonces Abraham se postró sobre su rostro, y Dios habló con él, diciendo:
Este es Mi Pacto contigo: serás padre de muchedumbre de gentes. .... Te multiplicaré en gran manera, y de ti saldrán naciones y reyes. Estableceré un pacto contigo y con tu descendencia después de ti, de generación en generación:...
A los ocho días de edad será circuncidado todo varón entre vosotros, de generación en generación, ...
El incircunciso, aquel a quien no se le haya cortado la carne del prepucio, será eliminado de su pueblo por haber violado mi pacto. "
(Gen, 17)
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En un contrato se establecen unas prestaciones de intercambio de bienes y servicios. Pero en una Alianza, la relación se convierte en filial, va mucho más allá de un simple contrato. Como una familia, implica a otros miembros, y tiene desarrollo en generaciones venideras. Así como los hijos son nombrados por los padres y llevan sus apellidos sin intervenir ellos, así es el esquema que ha desarrollado Dios para su Alianza.
Dios sella su primera Alianza con Abraham, Alianza que vuelve a renovar sucesivamente con Moisés, José etc,. El signo de esa alianza es la circuncisión que se realiza no sólo para los que tienen voluntad de aliarse, sino, - y esto es lo importante- también:
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"..con tu descendencia después de ti, de generación en generación"
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Son los padres los que introducen a sus hijos filialmente en esta Alianza, y el signo visible reconocible de ella es la circuncisión que, como vemos, se realiza a los bebés nada más nacer:
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".. a los ocho días de edad.."

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No hay bromas con las Alianzas selladas con Dios. Aquel que no fuese circunciso por sus padres:

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"será eliminado de su pueblo."
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Dios establece claramente la responsabilidad de los padres de incluir a sus hijos en la Alianza. Todos vemos inmediatamente aquí el Bautismo cristiano anunciado y pre-figurado.

El sentido de las prefiguraciones y tipos en el Antiguo Testamento es todo un mundo inacabable de pequeñas sorpresas y perlas ocultas.. . Ya en el mismo Génesis tenemos un oculto anuncio de lo que Dios se dispondría a hacer más tarde, mucho más tarde, en este curioso versículo, que sólo cobra sentido leído miles de años después, a la luz del Nuevo Testamento:

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"..y el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas.."
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El agua y el Espíritu, estamos al principio de la Creación. ¿Juntos?, no, separados. El Uno revoloteando sobre el otro, pero sin mezclarse… todavía. Cada imagen en la Sagrada Escritura , cada versículo, está para algo, encierra un mensaje y quizás hasta un misterio. Todo es relevante en la Palabra. El Dios creador del universo no escribe en vano ni una sola tilde.
Con la Alianza de Abraham, se nos hace más claro aún el sentido de este signo de los miembros del Pueblo de Dios, cuando observamos que al llegar Cristo y sellar la Nueva Alianza , el signo de la alianza deja de ser algo físico [circuncisión], y se convierte en una señal para el alma [Bautismo en agua y Espíritu]. Es la Nueva Alianza de la Gracia , que "sella" el alma, y no el cuerpo como en la Antigua. Es el "apellido" común de todos los miembros de esta nueva gran familia, el Pueblo Elegido:
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"Id pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo de y del Espíritu Santo (Mt. 28, 19)."
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Y esta es la nueva señal, la circuncisión nueva de la que habla San Pablo, renovada en el Espíritu, para el mismo antiguo - y ahora nuevo- Pueblo de Dios y para…

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"..sus descendientes, generación tras generación.."
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Quedando los padres a cargo de incluir a los hijos en esta Alianza. So pena de quedar ...

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" eliminados de su Pueblo.."
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En estos tiempos de vanidad y autosuficiencia, en estos tiempos donde renegamos de nuestros antepasados, de nuestras raíces, del pasado de donde venimos y que debemos recoger para proyectar al futuro, muchos padres que no quieren cumplir con la Alianza renovada por Cristo, cargarán sobre sí mismos la responsabilidad no afrontada en sus hijos, los descendientes de la Alianza. Como lo advierte Jesucristo nuestro Señor:

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" De cierto os digo, que aquel que no nazca de nuevo de agua y Espíritu no puede entrar en el Reino de los Cielos."
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Ya dijo Cristo que no venía a anular la Ley Mosaica , sino a darle cumplimiento. No, no, Jesús jamás renegaría de sus antepasados, de la fe de su Pueblo, de la fe de su Patria, de sus raíces y de la antigua Alianza en la que su misma madre le introdujo. Pues ni que decir tiene que los padres de Cristo, cumplieron fielmente con el Sagrado Pacto:
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"Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús,..."(Lucas 2, 21)
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Que después es modificado por ese mismo Hijo, renovado – que no eliminado-, en su rito para señalar su definitiva plenitud:

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"...en él fuisteis circuncidados con circuncisión no quirúrgica, sino mediante el despojo de vuestro cuerpo mortal, por la circuncisión en Cristo"
(Col. 2, 11)
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Esta circuncisión “no quirúrgica” de la que nos habla San Pablo es el bautismo cristiano, perfectamente anunciado y prefigurado ya en el Antiguo Testamento. Nuestra fe es una fe trasmitida, recibida con la responsabilidad de proyectarla a los siguientes. Seremos íntegros en tanto en cuanto conozcamos de donde venimos, sepamos recoger lo que nos trasmitieron nuestros padres y predecesores y aceptemos proyectarlo al futuro, a nuestros descendientes, a nuestros hijos,

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“generación tras generación…”
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llevando la Salvación que Dios ya tenía preparada en la misma creación, en aquel Principio cuando ya el Espíritu….
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“… aleteaba sobre las aguas.."
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lunes, 8 de junio de 2009

El Principio, un buen comienzo



Un conocido refrán sugiere no comenzar las casas por los tejados, sino por los cimientos. El libro del Génesis es eso, el Principio, y quien quiera conocer su fe debería releerlo a menudo y examinarlo con detalle. Quien pretenda ser un buen cristiano, quien pretenda construir una familia cristiana, quien pretenda evitar a sus hijos dolores innecesarios, debería aprender de sus enseñanzas más crudas.

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“…si comes, ciertamente morirás”

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Dios no creó al hombre sujeto a la muerte, ni a la corrupción de la carne, ni al sufrimiento ni al ataque de las fieras. No era ese su deseo. Dios creó al hombre con la gracia de la inmortalidad. Así, exactamente eran Adán y Eva en el Principio. Esa primera pareja humana que vivió hace unos miles de años, -probablemente no millones-, no estaban sujetos a la corrupción de la carne, a la muerte, al sufrimiento. Pensar lo contrario es acabar en el paganismo, en la idea de un dios cruel o caprichoso. Pensar en un dios que no castiga el pecado, lleva necesariamente a imaginar un dios lleno de crueldad que ya desde el Principio creó al hombre lleno de dolor y corrupción, física y espiritual sin causa ni culpa alguna. Grotesca esa idea de un Dios que no castiga nunca ante la cruda realidad del entorno que observamos.


“No comas de ese fruto”, pues “si comes, ciertamente morirás” advirtió nuestro buen Dios a nuestros padres. Pero comieron. Una tentación por medio –la rubia y la serpiente presentes-, y la libertad del hombre actuando, acabaron con nuestro Principio y nos situaron en lo que somos: hombres en Naturaleza Caída. El virus de la corrupción carnal nos contaminó, así como el de la debilidad espiritual. Desde entonces morimos, de una manera u otra nos vamos corrompiendo carnalmente, y desde entonces estamos expulsados del Paraíso, y alejados de Dios nuestra voluntad está maltrecha, más propensa al pecado, no corrompida totalmente, pero sí dañada.

“Ciertamente morirás”. No resultó ser una sentencia de ejecución inmediata esa advertencia a Adan. En ese “morirás” se condensa todo el sufrimiento, dolor, miedo, angustia y enfermedades de todo tipo que nutren la vida de cada uno de nosotros, y que incluyen la presencia continua y final de la muerte en nuestras vidas. Toda la degradación del hombre tiene su origen en ello. Sí, sí, arrugas femeninas incluidas.


Nuestros actos tienen consecuencias, las sentencias de Dios se cumplen. Su Justicia es inapelable. Es la primera enseñanza que cualquier padre no debería olvidar inculcar a sus hijos, con la mesura adecuada. Todo dolor que sufran es consecuencia de esa herencia, todo dolor terrenal es el espejo donde se refleja la mancha del pecado original que lleva nuestra alma al nacer. El bautismo lo limpia, sí, pero no evita sus consecuencias terrenales, pues las culpas llevan una pena asociada a la que no podemos escapar por más que queramos obviarla, olvidarla o no enseñarla por una malentendida prudencia.


¿Les cuesta entender la doctrina del Pecado Original a sus hijos o fieles?. Pues háblele del reflejo que proyecta en los dolores de la vida terrenal. Explíqueles el Génesis, con claridad, con rotundidad, sin adornos ni florituras. Explíqueles que si Dios no castigase nuestros pecados, entonces sería un Dios cruel que sin causa permite tanto dolor y corrupción. El Dios del Amor, en un zas!, creó una primera perfecta pareja humana inmortal, rodeada de felicidad, sin necesidad de trabajar, ni de sufrir. Ese era su Deseo, su gozo. Pero en un zas!, por su pecado, entró la corrupción, el dolor, el cansancio, el hambre, las enfermedades. Para ellos… y todos sus descendientes. Los padres por desobedecer a Dios fueron responsables del sufrimiento de sus hijos.


Así somos, así vivimos desde entonces la Naturaleza Caída. Es doctrina cristiana universal. Es el núcleo de nuestra fe. Si no lo interiorizamos bien, no comprenderemos nunca a qué vino Cristo, de “qué” tenía que salvarnos, por qué le llaman “el Redentor”. ¿Qué narices habría que “redimir”? La Pasión de Cristo, todo su dolor, sería algo grotesco si no entendemos la enormidad y dolorosa grandeza de tanto sufrimiento durante la historia humana causado por esa sentencia divina. Si no comprendemos bien esa sentencia, “Ciertamente morirás”, qué encierra en ella y qué incluye, no comprenderemos nunca de qué sí…. y de qué no, nos puede salvar Cristo. Lo siento damas, esos michelines tan molestos nunca estuvieron en el pack. Todavía no…


La Palabra de Dios es “Viva y Eficaz”, una vez pronunciada, por ese mismo hecho, crea la realidad. Cuando Dios dice algo, ese algo ya es. Cristo no puede desdecir a Dios y la sentencia se cumple irremediablemente, “morirás”. No, de eso no nos puede salvar Cristo, ni de la necesidad de trabajar ni de la angustia de las esposas por su dependencia emocional de sus esposos ni de los molestos embarazos. No vino Cristo a desdecir al Padre, vino enviado por su astuta Misericordia para hacerle trampas a la Justicia.


Cuando juegan una animada partida de póquer, la Misericordia de Dios hace siempre trampas a Su Justicia. La Justicia de Dios es siempre austera, recia, permanece erguida y es amante de pocas palabras. La Misericordia por el contrario es juguetona, astuta, pícara y libertina; siempre esconde un as en la manga, siempre vitalista para la victoria.


“Ciertamente morirás”. Sí, pero nunca dictó Dios la imposibilidad de… resucitar; el renacer cristiano a la vida, que anuncia, en primicia, la vuelta a la vida eterna cuando primero muramos, en cumplimiento de la inapelable sentencia. Porque volveremos al Paraíso, uno mejor aún, pues tampoco pronunció nunca Dios “…y ya no volverás”, ni tampoco, “..y no te llevaré a otro mejor”. No, eso nunca se pronunció.


Esa es la salvación de Cristo, el abrir las puertas de nuevo, el darnos la astuta posibilidad de rodear las sentencias divinas y acabar en donde salimos, y aún en un Paraíso mejor. Pero cuidado, que el coste ha sido y es terrible, terrible en la enormidad del drama humano y terrible en la Pasión individual de Nuestro Señor Jesucristo. La Misericordia gana la partida, pero no hay bromas con la Justicia, que permanece firme y erguida durante toda la partida, sin inmutarse. Conviene recordar a nuestros hijos cómo es nuestro Dios con los hechos, y no con edulcorados discursos para el hombre mediocre y amanerado de estos tiempos.


Conviene que nuestros pastores nos expliquen las cosas con crudeza, con simplicidad y rotundidad, apegados a la fe recibida de nuestros antepasados. Sólo así permanecerá grabada en las mentes que la reciban. No son tiempos de grandes discursos, ni de complejos ante la claridad, demasiada información, demasiados impulsos externos de un mundo pagano llenan nuestras mentes. Sólo las ideas claras para un hombre sencillo permanecerán si se graban a fuego desde la infancia. Nuestra fe es para los sencillos, no para los “sabios” teólogos centroeuropeos que escribieron cosas muy chulas, chulísimas, tan chulas que acabaron con la fe de toda una generación de europeos. Nuestra fe es para gallardos, gallardísimos, que nadan contracorriente de los escritos alambicados, tan chulos, chulísimos, de leer. Pero tan ajenos a la fe cristiana, tan ajenos a la simplicidad del Génesis, y tan ajenos al alma hispana, que no nos sirven de nada, salvo para acabar con la poca fe que queda. No es tiempo de más complejos, los grandes santos salen de España, no de centroeuropa. Si queremos recristianizar Europa, que lo necesita, debemos mirar a los gallardos, a los santos, y no a esos teólogos tan chulos, chulísimos, que saben de todo menos de evangelizar continentes enteros.


Necesitamos a nuestros pastores hispanos siendo ellos mismos, fieles a sus raíces, a sus predecesores, y limpios de todo complejo, preocupados de las ovejas que ese mismo Dios de la sentencia les ha puesto a cuidar y pastorear. Los buenos Obispos de la fiel Iglesia española, la que era la admiración del mundo entero. Temor incluido. La pieza preferida de Satanás desde hace varios siglos.


El pecado tiene consecuencias. Somos responsables del dolor de nuestros hijos, de toda nuestra estirpe, del legado que dejamos. A nuestros hijos, y a nuestros rebaños y descendientes. Seamos temerosos de Dios, que ése es el Principio de la Sabiduría. No el final, pero sí el Principio.


Así es, fuerte mamá española, que dudas de la fe de tu infancia, cuando te mires al espejo y te fastidien esas arrugas y esos kilos de más, ya sabes el por qué de esa corrupción tan fastidiosa de tu bello cuerpo. Sabes más teología que todos esos teólogos centroeuropeos que te hicieron perder tu fe sin tu saberlo; la fe de tus padres, de tus abuelos, de tus antepasados, la fe de tu patria española. Tan chulos ellos, chulísimos. Así que cuida de tus hijos y enséñales la verdad para evitarles más sufrimientos. Esa, y no otra, es tu gran responsabilidad, todavía estás a tiempo de arreglar el estropicio de nuestra generación. Que Dios te bendiga en la tarea.