Nos dice el Señor que los Hijos de las Tinieblas son más astutos que los Hijos de la Luz. Lo que jamás habría escrito Dios es que el diablo fuese más astuto que Él. La Sagrada Escritura, la Historia de la Salvación narrada en un libro, es un pozo de misterios sin fondo.
La Escritura no es una manual de instrucciones, ni un tratado de teología, menos aún un catecismo. Es una soberbia colección de libros diversos, desde apuntes históricos a la más romántica y pasional de la poesía cantada. La propia escritura nos deja ver con claridad que su Autor ha querido dejar misterios a la vista. Que sea vea que hay misterio, no que se entiendan los mismos siempre. Unos se desvelaron al cabo de los siglos y otros permanecen ahí, provocando nuestra inteligencia y curiosidad. Así nos tiene nuestro buen Dios pensando a menudo en sus cosas. Es un Dios celoso, muy muy celoso, y utiliza cualquier estratagema femenina para calmar esos sus celos.
El primer gran misterio que nos encontramos es el Protoevangelio. Es Adán quien comienza a echar balones fuera nada más interrogarle Dios al respecto de haber comido del árbol prohibido: “¿La culpa Señor?, bueno , verás, la mujer que tú me diste…”. Y no se quedará atrás Eva: “¿La culpa Señor?, pobre de mí buena chica inocente, la astuta serpiente me engañó…”. Viejos conocidos de juventud, no necesitó Dios interrogar a la serpiente, antes de los castigos humanos, comenzó por ella:
“Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias….. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” (Genesis 3, 14-15)
No soy investigador, pero uno puede comprobar en la red lo difícil –yo no lo conseguí- que es encontrar un comentario rabínico antiguo sobre estos exactos versos. Nuestros hermanos mayores en la fe, sus rabinos y sabios, eran capaces de escribir un tomo completo comentando un solo versículo. Con esa profundidad y dedicación nos han enseñado a observar y meditar en la Palabra de Dios. Pues de esos versos que anuncian el Evangelio en penumbras, el fruto de María que vencerá a las tentaciones y a la muerte, yo no he visto nada aún. Lo que he visto es que esos versos se los saltaban, sin más. No sabían qué decir al respecto.
Es otro síntoma de lo evidente. La condenación a la serpiente permaneció en el misterio por decisión divina. Sólo miles de años más tarde los sabios santos cristianos supieron ver lo evidente: el castigo a Satanás tiene como protagonista a una mujer, un ser inferior a los ángeles en la escala de la Creación. Aquí es necesario hacer un inciso. La Vulgata traduce esos versos de tal manera que es “la mujer” la que pisa la cabeza a la serpiente, de ahí que veamos tantas imágenes religiosas con ese tema. Desde hace no mucho se impuso que eso era un error y es la simiente, Cristo, quien pisa la cabeza de la serpiente. Pero recientes descubrimientos arqueológicos han vuelto a dar sustento, según algunos, a la tradicional versión de María aplastadora de Satanás. Asuntos lingüísticos complejos.
El gran pecado del ángel rebelde fue el orgullo. Y todos conocemos esa máxima evangélica que nos recuerda que en el pecado llevamos la penitencia. Si recordamos que el hombre es un ser inferior a los angélicos en la jerarquía celestial (presidentes del gobierno incluidos), cobra mucho sentido ese protagonismo de una mujer venciendo al antaño glorioso Satanás. Uf, eso tiene que doler. ¿Dios castiga a sus criaturas o sus criaturas se castigan a sí mismas por las consecuencias de su propio pecado?, lo uno y lo otro y ambos al mismo tiempo. Si somos honestos, no nos sorprende que Jesús hombre venciese las tentaciones, ni que resucitase, lo que nos sorprende es su amor en la Cruz, no el que derrote a al Mal o tenga poder para expulsar demonios. Que Dios aplaste a la serpiente… ¿Qué “mérito” tiene?, ¿Qué sorprende?¿Por qué no lo hizo Dios en aquel mismo momento de la rebelión?. Porque no tenía sentido, ya el primer castigo al ángel rebelde casi fue propia elección suya: alejarse de Dios. Pero el justo castigo estaba aún desplegándose en el lento transcurrir de la Historia de la humanidad.
Su gran castigo, el dolor que le conviene a Satanás es el generado por su propio pecado. Qué mala la sopa, toma taza y media. En un rincón perdido de una tierra semi-desierta y ocupada por un gran Imperio, nacida de un pueblo humillado y odiado de sus vecinos, marcado a vicisitudes durante siglos, nacería ella, no “una mujer”, sino la Mujer. Una criatura inferior al ángel, una pequeña niña judía sería la encargada de hacerle penar convenientemente por su pecado… de orgullo. No, no tiene esa pequeña niña judía que hacer nada con él, no necesita verle ni atormentarle ni actuar en ningún sentido. Menos aún pisarle ninguna cabeza . Myriam, sin ella quizás siquiera desearlo, tortura al ángel sin hacer nada, sólo con ser lo que es.
La pequeña y humilde niña judía. Esa es la tortura conveniente al pecado de orgullo del que fuese el más deslumbrante de todos los ángeles creados. Sin que nadie comprendiese qué eran esos versos de condena, ahí quedaron escritos entre penumbras hace muchos miles de años.
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“enemistad entre ti y la mujer...”
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Y a ti, mujer, nosotros, la generación de Juan Pablo II, te devolveremos España, tu tierra de adopción. A ti por ser lo que eres. A ti Madre de Dios, Reina del Cielo y de todos los Ángeles. A ti, pequeña niña judía Madre mía y Madre nuestra.