lunes, 8 de junio de 2009

El Principio, un buen comienzo



Un conocido refrán sugiere no comenzar las casas por los tejados, sino por los cimientos. El libro del Génesis es eso, el Principio, y quien quiera conocer su fe debería releerlo a menudo y examinarlo con detalle. Quien pretenda ser un buen cristiano, quien pretenda construir una familia cristiana, quien pretenda evitar a sus hijos dolores innecesarios, debería aprender de sus enseñanzas más crudas.

_____________________________

“…si comes, ciertamente morirás”

_____________________________


Dios no creó al hombre sujeto a la muerte, ni a la corrupción de la carne, ni al sufrimiento ni al ataque de las fieras. No era ese su deseo. Dios creó al hombre con la gracia de la inmortalidad. Así, exactamente eran Adán y Eva en el Principio. Esa primera pareja humana que vivió hace unos miles de años, -probablemente no millones-, no estaban sujetos a la corrupción de la carne, a la muerte, al sufrimiento. Pensar lo contrario es acabar en el paganismo, en la idea de un dios cruel o caprichoso. Pensar en un dios que no castiga el pecado, lleva necesariamente a imaginar un dios lleno de crueldad que ya desde el Principio creó al hombre lleno de dolor y corrupción, física y espiritual sin causa ni culpa alguna. Grotesca esa idea de un Dios que no castiga nunca ante la cruda realidad del entorno que observamos.


“No comas de ese fruto”, pues “si comes, ciertamente morirás” advirtió nuestro buen Dios a nuestros padres. Pero comieron. Una tentación por medio –la rubia y la serpiente presentes-, y la libertad del hombre actuando, acabaron con nuestro Principio y nos situaron en lo que somos: hombres en Naturaleza Caída. El virus de la corrupción carnal nos contaminó, así como el de la debilidad espiritual. Desde entonces morimos, de una manera u otra nos vamos corrompiendo carnalmente, y desde entonces estamos expulsados del Paraíso, y alejados de Dios nuestra voluntad está maltrecha, más propensa al pecado, no corrompida totalmente, pero sí dañada.

“Ciertamente morirás”. No resultó ser una sentencia de ejecución inmediata esa advertencia a Adan. En ese “morirás” se condensa todo el sufrimiento, dolor, miedo, angustia y enfermedades de todo tipo que nutren la vida de cada uno de nosotros, y que incluyen la presencia continua y final de la muerte en nuestras vidas. Toda la degradación del hombre tiene su origen en ello. Sí, sí, arrugas femeninas incluidas.


Nuestros actos tienen consecuencias, las sentencias de Dios se cumplen. Su Justicia es inapelable. Es la primera enseñanza que cualquier padre no debería olvidar inculcar a sus hijos, con la mesura adecuada. Todo dolor que sufran es consecuencia de esa herencia, todo dolor terrenal es el espejo donde se refleja la mancha del pecado original que lleva nuestra alma al nacer. El bautismo lo limpia, sí, pero no evita sus consecuencias terrenales, pues las culpas llevan una pena asociada a la que no podemos escapar por más que queramos obviarla, olvidarla o no enseñarla por una malentendida prudencia.


¿Les cuesta entender la doctrina del Pecado Original a sus hijos o fieles?. Pues háblele del reflejo que proyecta en los dolores de la vida terrenal. Explíqueles el Génesis, con claridad, con rotundidad, sin adornos ni florituras. Explíqueles que si Dios no castigase nuestros pecados, entonces sería un Dios cruel que sin causa permite tanto dolor y corrupción. El Dios del Amor, en un zas!, creó una primera perfecta pareja humana inmortal, rodeada de felicidad, sin necesidad de trabajar, ni de sufrir. Ese era su Deseo, su gozo. Pero en un zas!, por su pecado, entró la corrupción, el dolor, el cansancio, el hambre, las enfermedades. Para ellos… y todos sus descendientes. Los padres por desobedecer a Dios fueron responsables del sufrimiento de sus hijos.


Así somos, así vivimos desde entonces la Naturaleza Caída. Es doctrina cristiana universal. Es el núcleo de nuestra fe. Si no lo interiorizamos bien, no comprenderemos nunca a qué vino Cristo, de “qué” tenía que salvarnos, por qué le llaman “el Redentor”. ¿Qué narices habría que “redimir”? La Pasión de Cristo, todo su dolor, sería algo grotesco si no entendemos la enormidad y dolorosa grandeza de tanto sufrimiento durante la historia humana causado por esa sentencia divina. Si no comprendemos bien esa sentencia, “Ciertamente morirás”, qué encierra en ella y qué incluye, no comprenderemos nunca de qué sí…. y de qué no, nos puede salvar Cristo. Lo siento damas, esos michelines tan molestos nunca estuvieron en el pack. Todavía no…


La Palabra de Dios es “Viva y Eficaz”, una vez pronunciada, por ese mismo hecho, crea la realidad. Cuando Dios dice algo, ese algo ya es. Cristo no puede desdecir a Dios y la sentencia se cumple irremediablemente, “morirás”. No, de eso no nos puede salvar Cristo, ni de la necesidad de trabajar ni de la angustia de las esposas por su dependencia emocional de sus esposos ni de los molestos embarazos. No vino Cristo a desdecir al Padre, vino enviado por su astuta Misericordia para hacerle trampas a la Justicia.


Cuando juegan una animada partida de póquer, la Misericordia de Dios hace siempre trampas a Su Justicia. La Justicia de Dios es siempre austera, recia, permanece erguida y es amante de pocas palabras. La Misericordia por el contrario es juguetona, astuta, pícara y libertina; siempre esconde un as en la manga, siempre vitalista para la victoria.


“Ciertamente morirás”. Sí, pero nunca dictó Dios la imposibilidad de… resucitar; el renacer cristiano a la vida, que anuncia, en primicia, la vuelta a la vida eterna cuando primero muramos, en cumplimiento de la inapelable sentencia. Porque volveremos al Paraíso, uno mejor aún, pues tampoco pronunció nunca Dios “…y ya no volverás”, ni tampoco, “..y no te llevaré a otro mejor”. No, eso nunca se pronunció.


Esa es la salvación de Cristo, el abrir las puertas de nuevo, el darnos la astuta posibilidad de rodear las sentencias divinas y acabar en donde salimos, y aún en un Paraíso mejor. Pero cuidado, que el coste ha sido y es terrible, terrible en la enormidad del drama humano y terrible en la Pasión individual de Nuestro Señor Jesucristo. La Misericordia gana la partida, pero no hay bromas con la Justicia, que permanece firme y erguida durante toda la partida, sin inmutarse. Conviene recordar a nuestros hijos cómo es nuestro Dios con los hechos, y no con edulcorados discursos para el hombre mediocre y amanerado de estos tiempos.


Conviene que nuestros pastores nos expliquen las cosas con crudeza, con simplicidad y rotundidad, apegados a la fe recibida de nuestros antepasados. Sólo así permanecerá grabada en las mentes que la reciban. No son tiempos de grandes discursos, ni de complejos ante la claridad, demasiada información, demasiados impulsos externos de un mundo pagano llenan nuestras mentes. Sólo las ideas claras para un hombre sencillo permanecerán si se graban a fuego desde la infancia. Nuestra fe es para los sencillos, no para los “sabios” teólogos centroeuropeos que escribieron cosas muy chulas, chulísimas, tan chulas que acabaron con la fe de toda una generación de europeos. Nuestra fe es para gallardos, gallardísimos, que nadan contracorriente de los escritos alambicados, tan chulos, chulísimos, de leer. Pero tan ajenos a la fe cristiana, tan ajenos a la simplicidad del Génesis, y tan ajenos al alma hispana, que no nos sirven de nada, salvo para acabar con la poca fe que queda. No es tiempo de más complejos, los grandes santos salen de España, no de centroeuropa. Si queremos recristianizar Europa, que lo necesita, debemos mirar a los gallardos, a los santos, y no a esos teólogos tan chulos, chulísimos, que saben de todo menos de evangelizar continentes enteros.


Necesitamos a nuestros pastores hispanos siendo ellos mismos, fieles a sus raíces, a sus predecesores, y limpios de todo complejo, preocupados de las ovejas que ese mismo Dios de la sentencia les ha puesto a cuidar y pastorear. Los buenos Obispos de la fiel Iglesia española, la que era la admiración del mundo entero. Temor incluido. La pieza preferida de Satanás desde hace varios siglos.


El pecado tiene consecuencias. Somos responsables del dolor de nuestros hijos, de toda nuestra estirpe, del legado que dejamos. A nuestros hijos, y a nuestros rebaños y descendientes. Seamos temerosos de Dios, que ése es el Principio de la Sabiduría. No el final, pero sí el Principio.


Así es, fuerte mamá española, que dudas de la fe de tu infancia, cuando te mires al espejo y te fastidien esas arrugas y esos kilos de más, ya sabes el por qué de esa corrupción tan fastidiosa de tu bello cuerpo. Sabes más teología que todos esos teólogos centroeuropeos que te hicieron perder tu fe sin tu saberlo; la fe de tus padres, de tus abuelos, de tus antepasados, la fe de tu patria española. Tan chulos ellos, chulísimos. Así que cuida de tus hijos y enséñales la verdad para evitarles más sufrimientos. Esa, y no otra, es tu gran responsabilidad, todavía estás a tiempo de arreglar el estropicio de nuestra generación. Que Dios te bendiga en la tarea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario